¨Me reflejo en otras pupilas. Me someto a las igualdades subjetivas de las miradas diferentes...¨

Sortilegios cotidianos

martes, 25 de septiembre de 2012

Marumba

Las manos de Marumba tiritan arrugadas por el paso del tiempo y huelen a la tierra húmeda de los vientos del sur. No tiene edad en el cuerpo, al superar el centenario de su nacimiento ya no cuenta los días para el regreso, como si se hubiera vuelto una leyenda eterna que sus tataranietos contemplan con total naturalidad.

Marumbá camina despacio hacia el lago, con un cuenco de barro toma agua pura del deshielo y bebe de a sorbos la frescura de la naturaleza que se impone a sus pies majestuosa.

Su ropaje de hilos secos y lanas entramando coloridas, se funden con la trenza larga y gris de la que cuelgan los duendes que envuelven su imagen.

Los ojos de Marumba se sumergen profundos entre los surcos terracota de su cara. Sin embargo brillan intensos con la velocidad de la luz y la sabiduria de un búho en medio de la noche.

Nadie sabrá de unguentos y brujerías más que ella. No hay ser en la tierra capaz de sanar con una sola oración al Dios de la lluvia o una caricia superficial a la altura de la cien.

Marumba eleva su mirada al cielo, al tiempo en que suena cascabeles de pluma y piedras mientras el fuego quema hojas de colihues y aceites de flores de lavanda.

El humo enviciado de la olla de barro trae templanza a la tribu, y añoranza de buenos augurios.

En ese paisaje de ensueño recortado, contempla a sus pies el suelo inmenso con la esperanza de que su tierra natal, pueda morir libre de colonizaciones e inexplicable urbanidad.

En su mirada detenida, la imagen de una niña de largas trenzas le devuelve el recuerdo de su infancia mágica, superpuesto ahora en la visión de los incontables tataranietos jugando y corriendo incansablemente al borde del lago azul esmeralda.

La disputa de lo pequeños indios dilata la anciana atención de sus pupilas redondas y profundas como negras perlas de montaña. Algo la impulsa lentamente al acercamiento inevitable de su llamado a la paz.

Los niños paralizan sus movimientos al contemplarla llegar elevada con la suspensión del vuelo de un águila. Todo es silencio.

El cielo anaranjado ilumina el escenario y atraviesa las voces con el pensamiento de sus palabras.

¨Upen ayecan¨, murmura con voz sabia, esmerando sus fuerzas, su respiración pausada, sus latidos, al tiempo en que una brisa suave incrusta su cara con la frescura de las cosas esenciales.

¨Upen ayecan¨, repite con firmeza.

Upen ¨Olvidar¨, ¨Ayecan¨ reír siempre, reír sin embargo, a pesar de... en el idioma mapuche.






Me leen...